Bueno. Decidí empezar a escribir. Más bien, las circunstancias
del caso me lo han permitido. Básicamente porque estar en Palma de Mallorca,
con un verano perfecto (de 20 días, sólo 2 con lluvia), no ayuda mucho con este
tema de sentarse con la computadora a contar las miserias (¿???).
Después de una despedida corta con mi familia con el
objetivo de evitar llantos evidentes, el cuñado de mi prima, Javier, me llevó
al aeropuerto. La sensación era muy mezclada. Ganas de quedarme no me faltaban,
pero sentía que tenía que empezar mi viaje. Hasta ahora, había sido bellísimo
(re)encontrarme con la familia, a quien no conocía y me envolvieron en una nube
de cariño y generosidad que me sorprendió gratamente; pero ya hablaré del tema
en algún otro post dedicado a mis días en Palma.
Entonces, con los nervios de siempre antes de subir a un
avión, me fui.
Llegué a Nápoles luego de hacer conexión con Barcelona, y
experimentar el retraso de un avión por primera vez. Peor la estaba pasando una
chica nigeriana que a duras penas hablaba inglés, que iba a probar suerte a
Italia. Así que compensé un poco del
equilibrio universal quedándome con ella.
La alegría de llegar a un aeropuerto y que te estén
esperando no tiene descripción. Hasta ahora no tuve que ingeniármelas sola,
siempre conté con alguien que me esperaba para darme un abrazo de bienvenida.
En este caso fue Fabio. Fabio, es mi amigo napolitano a quien conocí en Buenos
Aires cuando él realizaba su intercambio en la universidad. Siempre nos llevamos
muy bien, y la distancia nos convirtió en amigos. Jamás pensé que lo iba a
volver a ver, así que cuando desembarqué y estaba esperando pensé “mierda,
estoy en Nápoles”.
Luego de intercambiar los saludos que corresponden, me llevó
a su casa en su “machina”. "La sua casa, e comme la mia". Verdaderamente, la
gente que estoy cruzando en este viaje se merecen una medalla cósmica por la
gentileza y el afecto.
Aparentemente en Nápoles, el huésped es sagrado. Desde que
puse un pie en su casa, no pagué un solo peso, ni levanté un solo plato. ¡No me
dejaban, juro que intenté!
Al día siguiente, fuimos con Fabio a buscar la moto a la
casa de su viejo. Era todo perfecto: Italia en scooter. ¡Qué cliché hermoso!
Y fuimos de paseo. La casa de mi amigo queda en la zona
noroeste de la ciudad, y son como bloques departamentales bastante antiguos. A
decir verdad, Nápoles es muy antigua en su totalidad; pero no tiene esa
antigüedad que tenía Palma, es cincuentosa (1950’s). Parece que terminó la
segunda guerra, y nunca más construyeron. Hay muy pocas casas nuevas, y por eso
andar por el centro de la ciudad es un espectáculo bastante particular. En
primer lugar, conviven calles muy anchas donde parece que el orden vehicular
dejó de existir –si es que alguna vez existió-, con callecitas, callejones,
pasadizos y todo lo que se imaginen. Allí normalmente es donde se encuentran
los barrios más pesados de la ciudad. Barrio “estrella”, o barrio “España”. Me
contaba mi amigo que allí, los que viven estacionan sus autos para que la
policía no logre entrar a los barrios. Nada, como en casa.
Por eso la primera impresión que tuve de la ciudad es que
era muy gris. Esperaba más colorido.
Mi primer contacto con el italiano fue en la casa de Fabio,
ya que su mamá no habla otro idioma. La verdad es que no entendí casi nada. Fue
raro. Hasta ahora más o menos venía
entendiendo (Bruselas, España) y este salto lingüístico me atacó al cerebro.
Después descubrí que la mamá de Fabio habla muy bajito.
Entendí varias cosas, y además empecé a entender porqué Fabio en Buenos Aires
se sentía como en casa.
Y la primera parada: pizzería. Para definir a dónde íbamos,
Fabio me pregunta en su perfecto porteño “qué preferís? El lugar más lindo con
la pizza más o menos, o el lugar más feo con la mejor pizza? Claramente la
respuesta fue para la segunda opción. El lugar era magnífico. Una típica
pizzería donde el servicio dejaba muchísimo que desear pero la calidad era
excelente. Por un momento pensé que estaba en la Pizzería de los Hijos de Puta,
de existir.
La palabra que define a Nápoles es QUILOMBO. Ni más ni
menos. Pero un quilombo que es diferente al de Buenos Aires, un quilombo
estructural.
Realmente vivir ahí debe ser tortuoso.
Volviendo al tema de la pizza, ya me habían advertido que es
una pizza grande para uno sólo. Confié en el gusto de Fabio y me entregué al
destino (¿). Un rato más tarde tenía frente a mí un platazo con una pizza
increíblemente fina como el papel, que llevaba TODO. Tomate, muzzarella,
anchoas, albahaca, aceitunas negras y alcaucil. Sí! Alcaucil! Intentar comerla
es todo un arte. Obviamente fallé al primer intento y terminé por desistir. Recurrí
al cuchillo y tenedor.
El sabor era bastante parecido, pero que quieren que les
diga, me gusta más la nuestra.
Después continuamos con nuestra excursión y vi la zona más
cara de Nápoles. Se llega subiendo de cara al mar, y se ven las “villas”
preciosas, algunas antiguas y otras no tanto.
También pasamos por el “castello dell’ovo”. Un castillo que está en la costa del mar,
imponente. Fue una de las cosas que más disfruté ver.
Yendo de camino al castillo, lo primero que se ve es EL
VESUBIO. Es impresionante. Ves una montaña y automáticamente pensás en todo lo
que significa: Pompeya, lava, “ojo está cerca”, temblores, el vals, todo. Y sí,
un poco las piernas me temblaron cuando vi eso y dije: “hola, Vesubio, te estoy
mirando, no explotes por favor”.
Al día siguiente, Fabio tenía una reunión con un importante
sastre de Nápoles por la piazza…. Así que yo me quedé en Via Roma y seguí mi
camino. Fui hasta la Piazza Dante, donde está la calle Port’alba. Allí, la zona
me hizo acordar mucho a Once, o hasta por momentos a Constitución, pero
entrando por ese portal parecía que uno se teletransportaba a otro mundo: una
callecita llena de librerías, con puestos a la calle, totalmente peatonal. Una
belleza de lugar.
Volví a encontrarme con Fabio a la hora citada y estaba
esperándome con Gennaro, este sastre. Ahí vi el típico “tipo” de italiano que
por lo menos yo, tenía en la cabeza. Morocho, ojos verdes, y con mucho estilo.
Fuimos los tres a tomar un café, y si bien la intención de
mi amigo era sostener una conversación en inglés, fue casi imposible, así que
fui acostumbrándome –sin remedio- al italiano al punto que si lo hablan
despacio, entiendo.
Después de tomar un café con una crema de almendras que
sabía fenomenal, y una sfogliatella, partimos a la Sastrería Formosa, a ver a
su otro amigo Gennaro. Un sastre de familia de sastres que tiene uno de las
sastrerías más importantes de Nápoles, y que tomó a Fabio un poco como su
discípulo.
Era un señor muy agradable, muy italiano y por ende, muy
argentino. Así que ahora sumo a las cosas que vi, una sastrería en
funcionamiento. Asombroso.
Las cenas en casa de Fabio van a ser lo que más extrañe.
María su madre, cocina muy bien, y buscó platos típicos para que probara. Yo
seguía haciendo turismo culinario.
Además, me hacía acordar mucho a mi mamá, a quien ya extraño
–un poco, pero la extraño- y me reconfortó.
A la noche salimos a tomar algo. La gente de Nápoles no sé
cómo poder definirla. Por un momento parece grasa, pero por otro es muy
elegante. La misma persona! Se ve que la línea es muy delgada.
Y ahora estoy escribiendo esto en un tren de alta velocidad
que tarda una hora en llegar a Roma.
Veremos cómo continúa la aventura!